lunes, 14 de junio de 2010

Lluvia.

Este año ha llovido mucho más de lo usual, llueve cada mes. Me hace preguntarme si algo va a pasar.

Anoche llovió como pocos días he visto, los relámpagos adornaban el nublado cielo con sus luces danzantes. Los truenos estremecian la noche y alguno que otro miedoso. Incluso un rayo hizo que la noche se oscureciera más, apagando las luces de los hombres. Cuando el viento está así de fuerte, habla al oido, está enojado. Hay algo que me alegra más que nada cuando llueve... el olor. No se puede comparar con otro aroma, el olor a lluvia es probablemente uno de los dos olores más deliciosos que conozco.

Como parte mala, les recuerdo que partes de mi casa siguen siendo de adobe y le falta mantenimiento. Dos lluvias más como esta y se derrumba ¿Qué es una casa para alguién que vive tanto tiempo? Es quizá más que una roca sobre la cual dormir, es más que una cadena, es más que un lugar al cual volver o en que pensar.

La noche ha empezado mal, las calles han estado muy despejadas y, por hoy, la lluvia me ha quitado un par de oportunidades. Cuando menos acordé, me encontraba caminando por el centro de la ciudad vecina, la lluvia me hizo ocultarme bajo el cobijo de un edificio no muy viejo. Estuve un rato estático, inmovil disfrutando de la lluvia, cuando me percato que uno de los chorros que caen por el desagüe del techo comienza a cambiar su color a un rojo tenue, de sangre diluida. Subí para ver que ocurria pues no escuché el sonido de una bala ni el forcejeo de alguna pelea. La fuente del líquido rojo era un hombre joven en el techo, rondaba los veinte años. En su cuello tenía marcas de dientes, yo conozco esas marcas. Son de otro como yo. Quize ver si aún encontraba al autor de tan peculiar escena, pero no logré ver a nadie.